Juan Antonio Alvarez de Arenales
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General Juan Antonio Alvarez de Arenales (1770-1831)
Nació el 13 de junio de 1770 en Villa de Reinoso, situada entre
Santander y Burgos (provincia de Castilla la Vieja). Su padre fue
Francisco Alvarez de Arenales, perteneciente a una distinguida familia
del Distrito, quien se había propuesto para su hijo una esmerada
educación, pero su prematuro fallecimiento cuando Arenales tenía
solamente 9 años, malogró estos propósitos. Su madre fue María González
de antiguo linaje de la provincia de Asturias.
A la muerte de su progenitor, Arenales fue educado por su pariente
Remigio Navamuel, dignatario de la iglesia de Galicia y desde sus
primeros años reveló gran vocación por la carrera de las armas, razón
por la cual a los 13 años era dado de alta como cadete en el famoso
Regimiento de Burgos. Por su voluntad pasó en 1784 al Regimiento “Fijo”
de Buenos Aires, donde se perfeccionó en las ciencias exactas y preparó
su espíritu para acometer las grandes empresas que le tocó en suerte en
su larga y brillante carrera. Su contracción al servicio y su
excelente conducta le granjearon la buena disposición de sus
superiores. El virrey Arredondo el 6 de diciembre de 1794, lo promovía a
teniente coronel de las milicias provinciales de Buenos Aires y, en la
misma fecha, lo transfería con igual grado a las milicias del Partido de
Arque (provincia de Cochabamba), nombrándolo el 26 de enero de 1795
subdelegado del mismo partido. En dos ocasiones en que fue necesario
resistir las invasiones portuguesas en la Banda Oriental, acreditó su
fidelidad, honor y patriotismo. El 10 de mayo de 1798 era designado
subdelegado del Partido de Curli (Pilaya y Paspaya) en la provincia de
Charcas y posteriormente el 18 de diciembre de 1804, pasaba a ocupar el
mismo puesto en el partido de Yamparaes, en la misma Intendencia de
Charcas. En estos puestos administrativos, Arenales desplegó su mayor
celo en la imparcial aplicación de la justicia, “especialmente en la
protección de los indígenas, de cuya suerte se demostró muy
especialmente solícito, por ser los más oprimidos”. Sin embargo
progresaba lentamente la infiltración revolucionaria en las colonias
españolas de América: el 25 de mayo de 1809 se produce en la ciudad de
Chuquisaca una rebelión contra su presidente Ramón García Pizarro, al
grito de “¡Muera Fernando VII! ¡Mueran los chapetones!”, deponiéndolo.
Encontrándose en aquella revuelta el entonces coronel graduado Alvarez
de Arenales, simpatiza abiertamente con los rebeldes, no obstante su
origen español, motivo por el cual le nombran comandante general de
armas; organiza las fuerzas rebeldes poniéndose al frente de ellas, pero
el 21 de diciembre llegan los generales Nieto y Goyeneche con tropas
realistas y ahogan en sangre la rebelión, tomando preso a Arenales que
ingresa en las prisiones del Callao después de permanecer seis meses en
los lóbregos calabozos del Alto Perú, sufriendo la confiscación de sus
bienes. En las Casamatas de la famosa fortaleza, Arenales permaneció
quince meses, durante los cuales hasta corrió el riesgo de ser
fusilado. Finalmente se evadió y embarcándose para regresar a las
Provincias Unidas del Río de la Plata, naufragó en Mollendo, viéndose
reducido a la desnudez y más absoluta miseria; logró llegar a las
proximidades de Chuquisaca, donde supo con profunda pena el fracaso de
los patriotas en la jornada de Huaqui, el 20 de junio de 1811. Regresa a
la provincia de Salta, donde había contraído enlace con María Serafina
Hoyos y Torres, fundando su hogar lo que iba a ser una de las
principales causas de su adhesión a la Patria naciente y del valor y
lealtad con que cooperó a su emancipación. En un admirable documento
que revela su elevación espiritual se dirigió a la asamblea nacional
Constituyente, solicitando la ciudadanía argentina, identificándose así
con la nacionalidad que contribuía a crear. En aquella época (1811)
vivía a 36 leguas al S. de la ciudad de Salta, entre las montañas y
bosques de Guachipas, en su estancia la “Pampa Grande”.
En el año 1812, el general Tristán penetró en la provincia de Tucumán
con una fuerza enviada desde Lima por el virrey Abascal, dejando un
destacamento en Salta. Alvarez de Arenales que había sido electo
regidor y alcalde del primer voto del Cabildo de Salta, se puso a la
cabeza de un movimiento rebelde, el cual fue sofocado por los realistas,
lo que obligó a Arenales a ocultarse en Salta, corriendo los mayores
peligros, para esquivar la persecución de sus enemigos. Llegado a
Tucumán, justamente después de las victorias de Las Piedras (3 de
setiembre de 1812) y de Tucumán (24 del mismo mes y año) allí el general
Belgrano no pudo menos que simpatizar con este hombre austero en sus
costumbres, estoico por temperamento y tenaz en sus propósitos. Entre
ambos se estableció rápidamente una franca amistad. El Ejército
vencedor prosiguió su avance hacia el Norte, acompañando Arenales a
Belgrano en la campaña que terminó con la magnífica victoria de Salta,
el 20 de febrero de 1813, que originó la capitulación del general
Tristán y en la cual le cupo a Arenales actuación descollante. El 19 de
setiembre de 1818 el Director Pueyrredón le extendió el diploma
acordándole el escudo de oro por la acción de Salta.
Por su participación en aquella batalla y por su decisión por la
causa libertadora, el gobierno argentino le otorgó los despachos de
coronel graduado, el 25 de mayo de 1813 y el 6 de julio del mismo año se
le otorgaba la carta de ciudadanía que había solicitado en nota, que
como queda dicho, reflejaba su espíritu selecto. El general Belgrano lo
designaba el 6 de setiembre de 1813, para el puesto de gobernador
político y militar de la provincia de Cochabamba y de todas sus
dependencias. Cuando se produjeron los desastres de Vilcapugio y
Ayohuma, pocos días después, el coronel Arenales quedó cortado en
Cochabamba y en completo aislamiento a causa de la retirada del ejército
patriota. “Este bizarro jefe -dice el general Paz en sus Memorias
póstumas-, tuvo que abandonar la capital, pero sacando las fuerzas que
él mismo había formado y los recursos que pudo, se sostuvo en la
campaña, retirándose a veces a los lugares desiertos y escabrosos, y
aproximándose otras a inquietar los enemigos a quienes dio serios
cuidados. La campaña que emprende desde este momento el coronel
Arenales coronada de triunfos, es su gloria inmortal”. Aquella campaña
tan larga como heroica, fue de consecuencias profundas para la causa de
la emancipación americana.
Mitre en su Historia de San Martín, ha trazado la vigorosa silueta de
Arenales, con las siguientes palabras: “Solo hombres del temple de
Arenales y de Warnes podrían encargarse de la desesperada empresa de
mantener vivo el fuego de la insurrección de las montañas del Alto Perú,
después de tan grandes desastres, quedando completamente abandonados en
medio de un ejército fuerte y victorioso y sin contar con más recursos
que la decisión de las poblaciones inermes y campos devastados por la
guerra”. La fuerza que organizó no pasaba de 200 hombres, con los que
emprendió una marcha hacia Santa Cruz de la Sierra, a través de millares
de realistas, a los cuales arrolló en todos los encuentros que tuvo con
ellos; motivo que inflamó el ardor marcial y retempló las fibras
patrióticas de sus subordinados. Arenales llevó su valor singular hasta
el extremo de atacar en La Florida, con 300 hombres, una fuerza
realista al mando del coronel Blanco, justamente triple en efectivos: La
acción tuvo lugar el 25 de Mayo de 1814 y es uno de los más justos
timbres de la gloria de este gran soldado. “Aún no habían cesado los
cantos del triunfo -dice Pedro De Angelis- cuando el coronel Arenales,
que se había separado momentáneamente de sus tropas avanzándose en
persecución de los prófugos, se vio en la precisión de defender su vida
contra 11 soldados enemigos, que lo acechaban para lavar en su sangre la
afrenta de sus compañeros. La lucha fue larga y obstinada, pero al fin
sucumbieron los agresores, tres de los cuales quedaron muertos y los
demás heridos. Arenales extenuado por la pérdida considerable de la
sangre que manaba de su cuerpo por 14 heridas de sable, hubiera perecido
también sin la oportuna intervención de algunos de sus soldados
atraídos por las descargas que se oían en las inmediaciones del campo”.
El gobierno de las Provincias Unidas premia tan valeroso comportamiento
con el empleo de coronel efectivo discernido con fecha 19 de octubre de
1814 por el Director Supremo Gervasio Antonio Posadas y por decreto del
mismo día. Arenales era nombrado Gobernador Intendente de la Provincia
de Cochabamba. El 9 de noviembre la oficialidad y tropa de la fuerza a
sus órdenes recibe un escudo que decía: “La Patria a los vencedores de
La Florida”.
San Pedro, Postrer Valle, Suipacha, Quillacollo, Vinto, Sipe-Sipe,
Totora, Santiago de Cotagaita, y otros muchos puntos donde sostuvo
desiguales combates contra los realistas, constituyen los brillantes de
la magnífica corona que ciñó la frente del héroe de la Sierra. El
triunfo de La Florida tuvo influencia preponderante en la guerra de la
Independencia, al asegurar la libertad de Santa Cruz, imponiendo la
evacuación de las provincias argentinas del Norte, por parte de las
fuerzas del general Pezuela. El 27 de abril de 1815 tomó la ciudad de
Chuquisaca y 20 días después Cochabamba, provincia que ocupó totalmente.
Por fin, después de 18 meses de épica lucha y de incesantes fatigas y
sorteando peligros a cada instante, Arenales, con su cuerpo de 1.200
hombres levantado casi en su totalidad a expensas de sus pujantes
esfuerzos, con armas y elementos que fue sucesivamente capturando a sus
enemigos, se incorporó al ejército patriota que iniciaba una nueva
campaña en el Alto Perú bajo el mando superior del general José
Rondeau. La Patria había premiado sus esfuerzos, nombrándolo el 30 de
octubre de 1814, comandante general de las tropas del interior, cargo
que le fue discernido por el propio Rondeau, desde su cuartel general en
Jujuy. Poco después, el gobierno de las provincias Unidas lo promovía a
coronel mayor, con fecha 16 de setiembre de 1815 y el 25 de noviembre
del mismo se le otorgaba el título honorífico de coronel del Regimiento
de Infantería Nº 12. Después de la desastrosa batalla de Sipe-Sipe, el
29 de noviembre de 1815, Arenales con los restos del ejército se
repliega sobre la ciudad de Tucumán. Algunos juicios o apreciaciones
contradictorias que lastimaron su alma de soldado, indujeron a Arenales a
solicitar la instrucción de un sumario que pusieron en claro los
servicios que había rendido a la causa independiente. El Director
Supremo, general Pueyrredón, con tal motivo, expidió el siguiente
decreto:
“Hallándose este gobierno con pruebas irrefragables de la virtuosa
comportación, decidido patriotismo y fidelidad del ciudadano de las
Provincias Unidas, Coronel Mayor de los Ejércitos de la Patria, don Juan
A. A. de Arenales y en el concepto de que cualquiera que fuesen los
esfuerzos con que la maledicencia pretenda oscurecer sus distinguido
servicios a la causa de la libertad, jamás contrastarán la ventajosa
opinión que este benemérito jefe ha adquirido en el concepto público de
la gran familia americana, sobreséase en la prosecución de este
expediente, que se devolverá al interesado por conducto del General en
Jefe del ejército auxiliar del Perú, para su satisfacción, etc. etc.”.
Fue Presidente del Tribunal Militar del Ejército del Norte, ejerciendo
el comando en jefe, el general Belgrano.
Batalla de Cerro de Pasco
Permaneció en Tucumán prestando siempre el concurso de una incansable
actividad y de sus luces en el desempeño de comisiones importantes
siendo posteriormente nombrado gobernador de Córdoba en 1819. Pero la
anarquía se enseñorea del territorio argentino: Alvarez de Arenales no
quiere participar en la lucha que destruirá la Patria adoptiva y por
tercera vez prefirió hacer el sacrificio de su vida en defensa de la
libertad americana, dirigiéndose a Chile a ponerse a las órdenes del
general San Martín, que a la sazón preparaba intensamente su expedición
al Perú. “Desde que el general Arenales se presentó al general San
Martín en 1820, este le honró siempre con el tratamiento de “compañero”,
así en la correspondencia como en el trato familiar, siendo Arenales el
único general de los de su tiempo que obtuvo tan señalada y constante
distinción hasta en los actos de etiqueta”. Desembarcado en Pisco el
ejército patriota, el 8 de setiembre de 1820, Arenales recibe de San
Martín el mando de una División de 1.138 hombres, que debía penetrar en
la Sierra, para insurreccionar las poblaciones peruanas al mismo tiempo
que abatiera el esfuerzo realista. Arenales llega rápidamente a las
ciudades de Ica (6 de octubre), Humanga (donde entra después de la
victoria de Nazca, el 15 de octubre), Jauja y Jauma, produciendo en
todas partes un levantamiento general contra la dominación española,
capturando numerosos armamentos de las muchas partidas enemigas que
encuentra y dispersa. Alarmadas las autoridades realistas ante tales
progresos, despachan al Brigadier O’Reilly para batir a Arenales y sus
huestes, teniendo lugar el contacto en el Cerro de Pasco, el cual se
produce después que Arenales ha tomado todas las medidas de seguridad,
para conocer en lo posible, la fuerza que se aproxima, a fin de lanzar
sus tropas al combate en plena seguridad de no caer en una emboscada.
La fuerza realista suma 1.200 hombres; los efectivos contrapuestos son
un poco diferentes en lo que a número se refiere, pues Arenales no
puede concentrar sobre el campo de batalla más de 600 hombres. No
obstante esta disparidad, no vacila y ataca con violencia al adversario,
que es derrotado completamente y que deja 58 muertos y 18 heridos sobre
el campo de batalla y 343 prisioneros incluidos 23 oficiales. Cayeron
además en poder de Arenales dos cañones, 350 fusiles, todas las
banderas, estandartes, pertrechos de guerra y demás elementos bélicos
escapando el enemigo en la más completa dispersión, pues no lograron
hacer partidas de más de 5 hombres, cayendo prisionero en la persecución
el propio brigadier O’Reilly. En conocimiento del espléndido triunfo
alcanzado por Arenales, San Martín, el día 13 de diciembre, expidió la
siguiente orden del día:
“La División libertadora de la Sierra ha llenado el voto de los
pueblos que la esperaban: los peligros y las dificultades han conspirado
contra ella a porfía, pero no han hecho más que exaltar el mérito del
que las ha dirigido, y la constancia de los que han obedecido sus
órdenes para unos y otros se grabará una medalla que represente las
armas del Perú por el anverso y por el reverso tendrá la inscripción “A
los Vencedores de Pasco”. El General y los jefes la traerán de oro, y
los oficiales de plata pendiente de una cinta blanca y encarnada; los
sargentos y tropa usarán al lado izquierdo del pecho un escudo bordado
sobre fondo encarnado con la leyenda, “Yo soy de los vencedores de
Pasco”. San Martín extendió el diploma correspondiente al general
Arenales el 31 de marzo de 1822.
Así termino la primera campaña de la Sierra, incorporándose Arenales
con su División al ejército patriota el 3 de enero de 1821, evocando su
presencia los riesgos y duras penalidades sufridas, no obstante lo cual
la gloria había cubierto a sus componentes, siendo recibida
triunfalmente por sus compañeros de armas. San Martín recibió de manos
del glorioso vencedor del Cerro de Pasco “13 banderas y 5 estandartes,
entre las que se habían tomado en las provincias de su tránsito o en el
campo de batalla”. Designado el 19 de abril del mismo año por San
Martín comandante general de la División, Arenales inicia su segunda
campaña de la Sierra organizando su fuerza con los cuerpos siguientes:
Granaderos a Caballo, coronel Rudecindo Alvarado; Batallón de “Numancia”
(1º de Infantería del ejército), coronel Tomás Heres; Batallón Nº 7 de
los Andes, coronel Pedro Conde; Batallón de Cazadores del ejército,
teniente coronel José M. Aguirre y 4 piezas de artillería; a estas
tropas debía incorporarse la pequeña fuerza del coronel Gamarra,
compuesta de patriotas peruanos. La División Arenales partió del
cuartel general de Huaura, el 21 de abril. San Martín le ha precedido
en su camino triunfal con su famosa proclama a los habitantes de Tarma,
en la cual les dice: “Vuestro destino es escarmentar por segunda vez a
los ofensores de la Sierra; el General que os dirige conoce tiempo ha el
camino por donde se marcha a la victoria; él es digno de mandar, por su
honradez acrisolada, por su habitual prudencia, y por la serenidad de
su coraje: seguidle y triunfaréis”. Arenales llega a Oyón el 26 de
abril; allí encuentra la División Gamarra, que se le incorpora, la cual
está casi deshecha, tal es su estado. En Oyón, Arenales recibe detalles
de las fuerzas realistas que se hacen ascender 2.500 hombres de línea.
Reorganizadas sus tropas, Arenales prosigue su avance el 8 de mayo en
dirección a la Sierra. El 12 llega a Pasco. En persecución de
Carratalá llegaba el 17 de mayo a Carguamayo; el 20 estaba con su
división en Palcamayo, el 21 en Tarma, y el 24 de mayo llega a Jauja.
El armisticio de Punchauca, celebrado entre San Martín y el Virrey
Laserna, interrumpió las operaciones en la Sierra, pero si bien este
acontecimiento fue solemnemente propicio a Carratalá, no le fue menos a
Arenales, que se entregó tesoneramente a la tarea de reorganizar e
instruir sus valientes tropas. Terminado el plazo de 20 días de
armisticio, que empezó a contarse desde su concertación el 23 de mayo,
el día 29 de junio Arenales prosiguió sus interrumpidas operaciones, día
que ocupó por la fuerza el pueblo de Guando, capturando íntegra la
compañía de cazadores del batallón realista “Imperial Alejandro”, pero
una nueva suspensión de las hostilidades concertada por el General en
Jefe, que le fue comunicada aquel mismo día, obligó a Arenales a detener
la marcha victoriosa que había iniciado sobre Carratalá. El general
patriota regresó a Jauja, donde se encontraba el 9 de julio, fecha en
que le llegó la noticia de que el general Canterac había salido de Lima
con 4.000 hombres, recibiendo Arenales en el mismo día, el parte e la
dirección de marcha que seguía el jefe español.
Inmediatamente se reunió una junta de guerra, la cual por unanimidad,
resolvió marchar al encuentro del ejército español, para atacarlo al
pasar la cordillera; con este fin, el 10 se puso en marcha Arenales con
su vanguardia por la ruta de Guancayo e Iscuchaga; el 12 llegaba la
División al primer punto nombrado, donde hizo alto; allí recibió
Arenales a las 10 de la noche la noticia de que Canterac ya cruzaba la
cordillera en dirección conocida hacia Guancavélica. En la madrugada
del 13, la División prosigue su marcha con objeto de dar alcance a la
vanguardia enemiga y batirla, pero no era aún de día cuando llegó un
chasque conduciendo pliegos de San Martín, en los cuales le anunciaba la
ocupación de Lima por el ejército libertador. Simultáneamente y en
carta aparte, el General en Jefe encarecía a Arenales que de ningún modo
comprometiera su División en un combate, mientras no tuviera la plena
seguridad de vencer, que por lo tanto, si era buscado por el enemigo, se
pusiese en retirada hacia el Norte por Pasco, o hacia Lima por San
Mateo, lo que dejaba a su discreción y prudencia”. Arenales, al recibir
estas instrucciones ordenó detener la marcha a sus cuerpos que estaba
orientada con el fin de buscar a Canterac, para batirlo. Las fuerzas
patriotas bajo su comando, sumaban 1.300. Ante las órdenes recibidas,
Arenales resolvió regresar a Guancayo y finalmente, a Jauja, donde llegó
el 19 de julio. Después de la batalla de Ayacucho, el general Canterac
confesó al general Sucre “que no sabía cómo Arenales no le atacó en
aquella vez: que tuvo por cierta su derrota, si se le hubiese
comprometido a un ataque, cuando tampoco podía eludirlo a causa del mal
estado de sus tropas y animales”. En la noche del mismo 19 de julio,
Arenales recibió del Generalísimo más claras y terminantes instrucciones
en el sentido de que la División se pusiera fuera de todo compromiso lo
más prestamente posible, indicando en las mismas las direcciones en que
convenía ejecutarlo. En la madrugada siguiente Arenales se puso en
marcha en la dirección señalada por San Martín, cumplimentando sus
disposiciones. El 24 de julio estaba en el pueblo de Yauli, llegando a
mediodía a la cima de la cordillera. Desde allí, el camino de San Mateo
conduce a Lima. Arenales descendió la cumbre con ánimo de situarse en
San Mateo y esperar allí nuevas órdenes; este punto dista 26 leguas de
Lima y 9 o 10 de la cumbre, pues el intenso frío reinante lo decidió a
seguir su marcha hasta San Juan de Matucana, distante 19 leguas de Lima a
donde llegó el día 25. Finalmente, el 31 de julio, Arenales recibió
orden del Protector de replegarse sobre Lima con su División, la cual
abandonó la quebrada de San Mateo y entró en la Capital en los primeros
días de agosto con más de 1.000 hombres menos de los que contaba cuando
salió de Jauja, como resultado de la deserción que sufrió por parte de
los milicianos peruanos, al abandonar la región de la Sierra, en
cumplimiento de órdenes superiores. El pueblo de Lima recibió a la
División con particulares demostraciones de aprecio, saliendo fuera de
las murallas considerable gentío que acompañó a la División medio
desnuda hasta sus cuarteles en medio de los vivas más entusiastas.
Arenales anticipó su entrada, vestido de paisano “pues nunca gustó de
este género de cortesía y mucho menos en aquella ocasión en que creía
haber menos motivos para ellas”. El 28 de julio se había proclamado
solemnemente la Independencia del Perú. Arenales, el 22 de agosto de
1821, fue designado por el Protector, Presidente del departamento de
Trujillo y comandante militar del mismo en el cual, siguiendo las
instrucciones de San Martín, formó y disciplinó dos batallones de
infantería y dos escuadrones de cazadores a caballo, enviando a Lima,
además, a 1.800 reclutas de acuerdo con el general Sucre, gobernador de
Guayaquil que había concertado el plan de libertar a Quito, cuando una
grave enfermedad postró a Arenales, que se vio forzado a ceder a otro la
gloria de Pichincha. Restablecida su salud, Arenales fue llamado a
Lima para encargársele la expedición a Puertos Intermedios, comando que
rehusó y fue en cambio otorgado al general Alvarado. Arenales no aceptó
aquel comando no obstante haber declarado Sucre que serviría a las
órdenes de aquél, “pues le reconocía su antigüedad y méritos y ser
Arenales un acreditado general”.
En cambio aceptó el cargo de comandante en jefe del ejército del
centro para expedicionar a la Sierra; pero no pudiendo realizar esta
campaña por falta de recursos Arenales pidió sus pasaportes para el Río
de la Plata, pretextando que sólo continuaría en el mando si el gobierno
le garantizaba recursos y el apoyo de su autoridad. Recibió la promesa
gubernativa de este apoyo y de aquella garantía, pero en realidad no se
cumplimentó nada ante sus justificadas demandas, poniéndose por el
contrario, la situación día a día más crítica. El Congreso quiso
premiarlo y le acordó una medalla de oro con la inscripción: “El
Congreso Constituyente del Perú al mérito distinguido”. Agradeciendo
Arenales este honroso y merecido premio expuso ante el Congreso Peruano
cuál era el estado de su División en la segunda campaña de la Sierra y
su incapacidad para buscar al enemigo. No consiguiendo su objeto, a
pesar de su insistencia, se vio obligado a pedir sus pasaportes,
sintiendo la necesidad de ver a su familia después de una ausencia de
cinco años, la cual por esta causa carecía de lo más necesario. Ante
tan imperiosa demanda, el Congreso decretó socorros para la familia del
general Arenales, a cuenta de sueldos y premios acordados por la
Municipalidad. Entre otros nombramientos y honores que había recibido
del gobierno del Perú, aparte de los señalados en el curso de esta
biografía, conviene destacar: Fundador de la Orden del “Sol del Perú”,
el 10 de diciembre de 1821; Gran Mariscal del Perú, el 22 de diciembre
del mismo año. La medalla acordada por decreto del 15 de agosto de 1821
y discernida el 27 de diciembre del mismo; Consejero de la Orden del
“Sol del Perú”, el 16 de enero de 1822, con la pensión vitalicia de
1.000 pesos anuales; Jefe del Estado Mayor General de los Ejércitos del
Perú el 25 de igual mes y año, el ya citado nombramiento de General en
Jefe del Ejército del Centro, discernido el 14 de diciembre de 1822, por
el general San Martín. En Chile el 28 de marzo de 1822 había sido
condecorado con la “Legión del Mérito” y el 14 de noviembre de 1820 el
Director O’Higgins le otorgaba los despachos de Mariscal de campo de
aquel Estado.
Después de su representación ante el Congreso peruano, el sufrimiento
del Ejército llegó a su colmo y el inflexible Arenales se vio en la
imprescindible necesidad de elevar una queja formal firmada por todos
los jefes del cuerpo, a nombre del Ejército, señalando el abandono en
que éste se hallaba, al cual no se reponían las bajas siempre
crecientes, haciendo resaltar los males palpables resultantes de esa
inacción, terminando su exposición con la súplica de que se emprendiera
la campaña de la Sierra que abriría nuevos recursos a la capital y
destruiría en parte el descontento general que produce la inacción y la
miseria. Alejado del Perú, pasó a Chile, llegando a la provincia de
Salta, donde fue elegido gobernador el 29 de diciembre e 1823. A los
cuidados de la administración interior se reunieron otros que
interesaban a toda la República. Arenales fue comisionado por el
gobierno el 22 de marzo de 1825 para atacar al general español Olañeta,
que después de la jornada de Ayacucho permanecía al frente de una fuerza
realista entre el desaguadero y Tupiza, y para cumplimentar esta orden
marchó con una División para dispersarla. El coronel Carlos Medinaceli
perteneciente a las fuerzas del general Olañeta se sublevó contra su
jefe y se produjo un choque entre ambos bandos, el 1º de abril de 1825,
en Tumusla, donde pereció Olañeta. Medinaceli y casi todo el resto de
la fuerza realista, se entregó a Arenales, terminando así, completamente
la guerra de la Independencia sudamericana. Por ese tiempo tuvo lugar
el pronunciamiento de Tarija en provincia independiente dirigiéndose
Arenales al gobierno nacional, cuyo apoyo le falló a causa de la guerra
que acababa de declararse al Brasil y las reclamaciones de Arenales
quedaron suspendidas por disposición superior en virtud de la misión de
Alvear destinada a entrevistarse con Bolívar. Los esfuerzos posteriores
del general Arenales, tendientes a evitar la desmembración, no fueron
suficientes para eludirla por la influencia decisiva del caudillo
colombiano. En 1826 realizó una exploración de las costas del río
Bermejo, buscando la posibilidad de su navegación, de acuerdo con una
compañía constituida a tal efecto, y proyectó un camino de acceso al
mismo, a la par que trazaba un plano defensivo contra los indígenas.
Poco antes se había concentrado en la tarea de organizar un cuerpo de
500 hombres para engrosar las fuerzas que alistaba la República para
combatir con el imperio del Brasil. Fue en mérito a tantos afanes y
desvelos, que el presidente Rivadavia le otorgó con fecha 7 de agosto de
1826, el empleo de Brigadier de los Ejércitos de la Patria. El 11 de
febrero de este mismo año el ministro de Guerra por orden de Rivadavia
nombró a Arenales “General de todas las tropas existentes en Salta”.
“El general Arenales –dice uno de los biógrafos- estrechamente ligado
al gobierno presidencial, y sobre todo a la persona de Rivadavia, era
la principal columna con que el gabinete presidencial contaba para
organizar un poderoso grupo de fuerzas, que apoyando a Lamadrid en
Tucumán, pudiera servir para desalojar de la provincia de Santiago del
Estero a Ibarra, a Bustos de la provincia de Córdoba, para establecer en
ambas el partido enemigo de éstos caudillos, que por lo mismo empezaba a
llamarse liberal, y sofocar por fin en La Rioja la naciente nombradía
de Quiroga”. No alcanzó a realizar sus propósitos, pues en Salta se
preparaba una asonada con el objeto de deponerlo, pretextando sus
enemigos de que quería perpetuarse en el mando; el movimiento estalló
encabezado por el Gral. Dr. José Ignacio Gorriti, el 28 de enero de
1827, y después de algunas incidencias, el movimiento se resolvió en el
combate de Chicoana, el 7 de febrero, resultando exterminado, pues sólo
se salvó un soldado. Arenales se vio obligado a refugiarse en Bolivia,
cuyo presidente el general Sucre, lo trató con toda deferencia. Se
dedicó a las faenas rurales para subvenir al mantenimiento de su
numerosa familia. Arenales estuvo casado con Serafina de Hoyos, con la
cual tuvieron muchos hijos.
Una inflamación de garganta terminó con su vida en Moraya (Bolivia) el 4 de diciembre de 1831.
Fuera de los cargos y comisiones que se han detallado, el general
Arenales fue designado el 23 de julio de 1823 por el ministro Rivadavia,
para determinar como Representante de las Provincias Unidas del Río de
la Plata, la línea de ocupación por parte del Perú, entre las
autoridades españolas y las de los territorios limítrofes, especialmente
el de estas provincias. Para cumplimentar tal misión, debió
trasladarse a Salta, donde se situó.
Frías dice: “Arenales, solo ya, sigue peleando sin pensar en
rendirse. Un feroz hachazo le tiene el cráneo abierto en uno de sus
parietales. Su cara está tinta en sangre. Otro tajo horrible le abre
desde arriba de la ceja hasta casi el extremo de la nariz, dividiéndola
en dos; otro le parte la mejilla derecha, por bajo el pómulo, desde el
arranque de la sien hasta cerca de la boca. En fin: trece heridas tiene
despedazada su cara, su cabeza y su cuerpo –por lo que sus adversarios
le llamarían con el apodo de “El Hachado”- y todas están manando sangre;
pero él defiende la vida haciéndola pagar caro”.
“El bravo general sigue peleando solo, sin pensar en rendirse. Todos
sus demás enemigos están heridos por su espada; más uno de ellos, que
logra colocarse por detrás, le da un recio golpe con la culata del
fusil; le hunde bajo de la nuca el hueso, derribándolo al suelo sin
sentido, y boca abajo; con lo que lo dejaron por muerto, y continuaron
la fuga”.
Repatriación de sus restos
El historiador Fermin V. Arenas Luque aportó datos valiosos en cuanto
al destino que sufrieron los restos mortales de héroe de “La Florida”:
“Cuando un terrible temblor sacudió al pueblo de Moraya, la iglesia
parroquial se derrumbó. Las sepulturas se removieron y por esta macabra
circunstancia algunas fueron objeto de actos profanatorios. Con el
propósito de que pudiese ocurrir lo mismo con los restos de Arenales, el
coronel Pizarro los sacó del lugar en que se hallaban y los depositó en
el osario común, excepto la calavera, que quedó en poder de dicho
militar”. Tiempo después, en 1874, la calavera del prócer fue remitida
desde Moraya a Buenos Aires, para ser entregada a su hija María Josefa
Alvarez de Arenales de Uriburu, permaneciendo en poder de sus
descendientes hasta fines de la década de 1950.
A lo largo del Siglo XX, en la provincia de Salta, se promovieron
múltiples iniciativas tendientes a tributarle los debidos homenajes y el
justo reconocimiento por la sobresaliente actuación del general
Arenales, una de ellas, de gran significación, fue la que impulsó al
Primer Arzobispo de Salta, el insigne monseñor Roberto J. Tavella, quien
interpretó cabalmente el deseo de los salteños para que sus restos
descansen en la tierra en donde consolidó su hogar y en la cual ejercitó
su mandato como gobernador. Monseñor Tavella decidió contactarse con
los descendientes directos del prócer en Salta, sus sucesores Uriburu
Arenales, que a la sazón la integran las familias: Castellanos Uriburu y
Zorrilla Uriburu, al tiempo que remitió una carta a los otros miembros
de la familia Uriburu Arenales, residentes en Buenos Aires, con el
objeto de solicitarles la remisión de sus restos mortales, a fin de que
los mismos descansen en el Panteón de las Glorias del Norte, en virtud
de los nobles servicios prestados a la Patria.
En uno de los párrafos más salientes de la misiva de Monseñor Tavella
al doctor Guillermo Uriburu Roca afirmaba: “… la presencia de esta
reliquia, vendría a completar la constelación sanmartiniana de Arenales,
Alvarado, y Güemes, los puntos básicos de la estrategia del Gran
Capitán, que tendrán en el Panteón de las Glorias del Norte de nuestra
Catedral, el reposo junto con la admiración de Salta, su tierra amada, y
de todos los americanos”. En la Capital Federal, reunidos los
sucesores del prócer en el domicilio de la señora Agustina Roca de
Uriburu, estos procedieron a labrar una escritura pública por la entrega
de tan inestimable tesoro familiar, ante el escribano Luis. M. Aldao
Unzué, encontrándose presentes en esa ocasión los doctores Atilio y
Pedro T. Cornejo, quienes posteriormente trasladaron la urna provisoria a
Salta.
Una vez arribados a Salta, monseñor Tavella convino en atesorar dicha
reliquia en la Capilla Privada del Arzobispado, hasta tanto se
concluyesen con los trabajos de armado de la urna definitiva.
Posteriormente en la sede del Comando de Ejército con asiento en Salta, y
ante la presencia de autoridades civiles, militares eclesiásticas y
miembros de la familia del prócer, uno de sus sucesores, don Federico
Castellanos Uriburu procedió a introducir la calavera de su antepasado
en la urna que actualmente se encuentra en el referido Panteón.
De este modo, aquél joven español, que se sumara con denuedo a la
guerra por la libertad americana y que luego de sobrellevar una
existencia fraguada de triunfos y contrastes, hoy es motivo de tributo y
gratitud del pueblo salteño y de los miles de hombres y mujeres que
visitan Salta. Todo lo entregó en aras de sus ideales independentistas,
legando para la historia, su testimonio de nobleza humana y su gallardo
temple militar.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Frías, Bernardo – Historia del general D. Martín Güemes y de la Provincia de Salta de 1810 a 1832.
Paz, José María – Memorias póstumas.
Portal Informativo de Salta
Portal www.revisionistas.com.ar
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938)